Se hundía despacio al despertar de la mañana y el dormir de las noches.
Se hundía con sus ausencias continuas; palizas verbales que mermaban su autoestima e ilusiones.
Se hundía con sus voces. Subyugada, aparcando su libertad.
Se hundía con sus desprecios y sus constantes faltas de cariño.
Se hundía, sin salir a la superficie para recuperar aire. Él, cobarde, permanecía en las profundidades.
El fondo estaba más cercano, casi podía palparlo.
Aquel inmenso océano la estaba atrapando…
¡BASTA!
Hundida, pero no ahogada y con agallas salió a flote. Volvió a sentir la brisa marina recorriendo cada palmo de su piel. Volvió, en una palabra, a VIVIR.
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