lunes, 27 de noviembre de 2017

La niña de fuego

Cuando sus dedos comenzaron a apretarme el cuello, se convirtieron en cuervos aleteantes y hambrientos. Me iban a comer por dentro.
Me estaban comiendo.
Y le miré a los ojos.
Le miré con tanto dolor y firmeza, que su alma podrida atravesó sus pupilas y cayó delante de mí.
Entonces se me hizo pequeño.
Por primera vez, en mucho tiempo, lo vi como esos anuncios sin contenido que rellenan hueco pero nada aportan: mísero, insignificante, tan poca cosa, que solo pude agarrarle de la barbilla, levantarle la cara y mirarlo con la mayor frialdad que salió de mi cuerpo, por última vez.
...Era ahora mi corazón el que apretaba su cuello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario