domingo, 26 de noviembre de 2017

La huida

Aunque había dejado de llover, las gotas aun bailaban sobre el cristal de la ventana. Desde su asiento, podía ver el creciente bullicio de la calle.

Tras la tormenta, la vida volvía a despertar de su letargo.

El motor del autobús espantó a unos gorriones que jugaban entre los charcos del andén. Como un relámpago, la felicidad iluminó, de golpe, los oscuros rincones de su alma y, por primera vez en años, sintió el reconfortante calor de la alegría.

Comprendió tarde que el amor no es amor si vive en una jaula.

No pudo describir lo que sentía. Le habían salido alas en la espalda y ahora era un pájaro sin dueño, que volaba hacia su propia libertad.

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