Mi niñez creció en una familia dónde los abrazos, las obligaciones y el respeto se repartían con generosidad. Mis padres se respetaban y criticaban los múltiples mensajes machistas de los medios de comunicación que intentaban invadir su lucha por conseguir que todos fuéramos sencillamente personas.
Crecí entre noticias de asesinatos y amigos posesivos que presagiaban violencia. En el colegio fueron diluyendo lentamente la agresividad hacia los más débiles y apoyando lo que diariamente mis padres practicaban conmigo. Amé y fui amado, sabiendo de la libertad de los sentimientos porque aprendí de niño que las personas, hombres y mujeres, no tenían otro dueño que ellos mismos.
Se perdió en el olvido aquel mundo de violencia y dominio.
Crecí entre noticias de asesinatos y amigos posesivos que presagiaban violencia. En el colegio fueron diluyendo lentamente la agresividad hacia los más débiles y apoyando lo que diariamente mis padres practicaban conmigo. Amé y fui amado, sabiendo de la libertad de los sentimientos porque aprendí de niño que las personas, hombres y mujeres, no tenían otro dueño que ellos mismos.
Se perdió en el olvido aquel mundo de violencia y dominio.
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