Pequeñas luces rojas imaginarias, especies de diodos cerebrales, llevaban mucho tiempo encendidas presagiando males mayores. Parecía que ella no las veía mientras el resto de nosotros sentíamos la amenaza a diario, expectantes ante todas sus reacciones. Y entonces, se desató la tempestad y la amenaza se tornó realidad. La encontramos llorando y con cardenales en la cara y temimos lo peor, que esto sería sólo el principio.
Nos miró con la mirada extraviada y triste y dijo: «Si cometo el error de perdonarle una vez, entonces ya no podré pararlo, ante algo así, nunca debe concederse una segunda oportunidad», y pensé: «ha vuelto a ser ella, ha logrado conjurar el mal».
Nos miró con la mirada extraviada y triste y dijo: «Si cometo el error de perdonarle una vez, entonces ya no podré pararlo, ante algo así, nunca debe concederse una segunda oportunidad», y pensé: «ha vuelto a ser ella, ha logrado conjurar el mal».
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