Mauricio siempre dibujaba lo mismo cuando la profesora les invitaba a hacer un retrato. Una calavera apoyada en el palo de la escoba.
A los siete años nos protegen miles de ángeles de la guarda dispuestos a dejarse las alas en su cometido. A esos ángeles rezaba cada noche: «Por favor, haced que dejen de gritar»
Cuando la tarde caía, él escuchaba a su madre lamentarse de la tardanza del padre y siempre la misma disertación.
- ¡Otra vez, seguro que vendrá bebido!
Entonces Mauricio temblando y atento a la sacudida de la llave escribía en un rincón del cuaderno algo: Seré bueno, es mi culpa, seré bueno, es mi culpa. Así hasta cien veces.
A los siete años nos protegen miles de ángeles de la guarda dispuestos a dejarse las alas en su cometido. A esos ángeles rezaba cada noche: «Por favor, haced que dejen de gritar»
Cuando la tarde caía, él escuchaba a su madre lamentarse de la tardanza del padre y siempre la misma disertación.
- ¡Otra vez, seguro que vendrá bebido!
Entonces Mauricio temblando y atento a la sacudida de la llave escribía en un rincón del cuaderno algo: Seré bueno, es mi culpa, seré bueno, es mi culpa. Así hasta cien veces.
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