Le
dije:
“He
pensado que si transformas tu voluntad, corriges tu despecho,
afrontas tus errores, obras con amor, amortizas tus palabras,
repartes tus trofeos cada noche y dejas de manifestar el ego, revisas
tus propósitos conmigo, dejas de ser mi guardaespaldas, pronuncias
mi nombre cada día con atención, escuchas mi voz sin alterarme,
dejas de herirme en la rutina, apaciguas tu ira en las fronteras de
nuestra casa, expones la acidez de la malicia cumpliendo tu propia
sentencia y dejas de escupir en tus zapatos...todo iría bien.”
¿Había
convertido en un artista al que por vocación devoraba el milagro de
las mujeres, a las que ocasionaba la inquietud, el dolor o el
sufrimiento?
Yo
solo sé que me escuchó.
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