lunes, 23 de noviembre de 2015

Yo el agua, tu el gazpacho

Érase una vez una cocina a una mujer pegada. El macho de la casa llegaba siempre tarde, manchas de carmín y olor a furcia. Las negociaciones en la parroquia eran siempre excitantes. Y la adrenalina alcanzaba su punto álgido de madrugada. Era tan tarde que ella siempre tropezaba y se daba golpes con la esquina de la mesa, o el marco de la puerta. Pobre siempre despistada. Con los años se le habían endurecido los huesos, pero no la piel. ¡Y qué bueno le quedaba el caldo!

Evidentemente esto no es más que una exageración exacerbante de algo que ya no pasa. Seguro. Aunque si pasara, siempre podríamos decir que algo habría hecho.

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