Delante de la puerta de casa, esperando, no sabía muy bien a qué. ¿A qué esperaba? Estaba preparándose para afrontar su nueva vida. Una que nunca pensó que llegaría. Que nunca pensó que alguien como ella mereciera. Pero, después del camino recorrido, ya nada podría detenerla. Giró la llave y entró.
Su hijo acudió corriendo a recibirla regalándole una sonrisa, todo iba a salir bien. Le devolvió la sonrisa y recorrió el pasillo, ese que tantas veces había recorrido temerosa, hasta la habitación. Se puso delante del espejo y se retiró el maquillaje dejando entrever las marcas que él le había dejado durante años. Y, en ese preciso instante, entendió que ya nunca tendría que esconderse.
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