La primera vez, me llevé por delante una puerta. Me
creyó la vecina. La segunda vez escurría
las lágrimas en el garaje, difícil conducir con la vista turbia. Estoy constipada, le dije. La tercera
vez, mi mano morada en el súper: soy
torpe, siempre estoy golpeándome contra las paredes… Me miró a los ojos,
adiviné en ellos la pena. No siempre ha
sido así, quise decirle. Cogí mi compra, busqué la calle, avergonzada. Ya
no encontraba nombres para trampas domésticas que pudieran dejar señales
visibles en mi cuerpo. No lograba que las paredes contuvieran insultos y
amenazas. La cuarta vez, me vi tocando a su puerta, dejando atrás mentiras y
silencios. Quise decir ayúdame. No hacían falta palabras.
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