martes, 24 de noviembre de 2015

HERIDA ABIERTA

Sentada frente al mar repasa inmóvil la lenta maduración de su corazón. Ha atravesado montañas hasta ser alguien nuevo. Sabe que hace falta algo más que tiempo para curar una herida brutal- abierta por un amor insano- que se apropia de la mente y agota el corazón. La hirieron de muerte la misma noche de bodas, su primera luna de Mayo. Joven e ingenua -analfabeta emocional-, selló con un beso dulce aquellos labios que por primera vez la llamaron "puta". Desde aquel minuto fúnebre todo fue a peor.

En los comienzos, bastaron sutiles palabras envenenadas para robar su alegría y dominar su pensamiento. En breve estaba aislada. Estaba muerta. Cada noche dormía abrazada a su almohada. Con el sueño, olvidaba - siempre olvidaba- cerraba los ojos soñando con un mañana mejor. Amanecía siempre con un beso suyo acompañado de estériles palabras de arrepentimiento. Ella se disculpaba tímida, con miedo a volver a decir aquello que desencadenara su ira. Se disculpaba de lo que nunca dijo, de lo que nunca hizo, de lo que nunca sucedió. Él le hacía el amor: se hacía el amor.

Ya habían pasado muchas lunas de Mayo. Su herida no paraba de sangrar. Y se propuso amarlo con más intensidad. Con mimo cedía a sus caprichos, aguantaba macabros juegos de palabras, puñaladas de ironía y continuos desprecios, sin ser consciente de estar perdiendo todo resquicio de sensatez y equilibrio. Y llegó un día en el que él cruzó la frontera. Las palabras no fueron suficientes. Los gritos le cegaron; la ira prendió su cuerpo y el orgullo su fuerza. Tras el primer golpe le dolió el alma. Le invadió la vergüenza, la culpa y el miedo. Adivinó la locura en su mirada. Esas manos temblorosas y enrojecidas no volverían a acariciarla nunca más. Y él le pidió perdón, el más dulce de los perdones. Prometió entre sollozos que nunca volvería a ocurrir. Ella sintió pena: acarició su cabeza y le hizo dormir en su regazo. Y transcurrieron muchas lunas de Mayo. Golpes y vejaciones se repitieron. La herida no paraba de sangrar. Y descubrió el miedo. Y un día decidió vivir. Han pasado muchas lunas de Mayo y hoy ,con la brisa salada rozando sus mejillas, aún siente el dolor de esa herida para siempre abierta.

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