Me tiré del tobogán con más energía que nunca. Mamá me esperaba abajo con una sonrisa radiante. Estaba feliz y no llevaba las gafas de sol que siempre usaba, incluso en invierno.
–Vamos, date prisa que se apagan –escuché.
Abrí los ojos pero seguí concentrado en mi deseo. Miré a mis amigos y soplé con fuerza apagando todas las velas de la tarta.
–Mamá, este año seguro que se cumple –la dije sonriendo.
Ella me miró con cara de amor y pena a partes iguales. Tanto, que nunca me atreví a confesar que la culpa de su caída por las escaleras fue de la maldita vela que no conseguí apagar a la primera el año pasado.
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